Una sección escrita por Violeta K.
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Para los amantes de la novela policíaca, la introducción de Anthony Berkeley a su libro ‘El misterio de Layton Court’ supone la materialización de un sueño. Su texto parece estar más cerca de los deseos de un fanático del género que de un escritor. Berkeley apuesta por el realismo, por detallar todos los hechos y pistas para que el lector pueda resolver el crimen y, sobre todo, por un protagonista de carne y hueso. Su declaración de intenciones tiene un tono algo crítico: para él, las novelas policíacas parecen irreales y sus detectives carecen de fisuras. Eso es tan cierto como falso; es decir, a veces se cumple y otras no, pues el policíaco, como la literatura o el arte en general, tiene obras buenas y obras malas y en 1929, cuando Berkeley escribió esta novela, el género ya había dado algunas de sus grandes obras.
Eso sí, ‘El misterio de Layton Court’ puede servir para extraer algunos rasgos principales de la novela policíaca y sus entrañables sucedáneos televisivos.
Uno: el héroe también comete errores
Nadie es perfecto, y menos un detective privado. Pensemos en Scherlock Holmes, adicto a la droga y enamorado de una ladrona rival a la que idealiza por su inteligencia. Pensemos sino en Poirot, que siempre resuelve el caso y sin embargo nunca logra salvar de la muerte a las víctimas. Estos personajes de corte clásico contrastan con la perfecta Jessica Fletcher, que lo resuelve todo, nunca se equivoca y adopta un tono de dama impecable, siempre por encima del bien y del mal. Poirot vive con la frustración de enfrentarse a la muerte, su ironía y moral (las de su creadora Agatha Christie) resultan implacables. Fletcher, en cambio, parece desenvolverse con gracia en el terreno del asesinato. No querría emitir ningún prejuicio, pero quizá los británicos se toman el crimen más en serio; algo que en manos estadounidenses resulta banal.
(Además, y esto es una fijación personal, ¿por qué nadie sospecha de Jessica Fletcher? ¿Nadie considera extraño que una señora de Maine esté siempre en los sitios donde se produce un asesinato? ¿Qué clase de pueblo es Cabot Cove, en el que matan a alguien una vez por semana? Debe de ser la localidad con mayor índice de criminalidad del mundo, ¿no? ¿Por qué el sheriff y el médico comen tarta de cerezas con una tranquilidad pasmosa mientras un asesino anda suelto? ¿Por qué al final del episodio siempre aparece Jessica sonriendo en un plano congelado? ¿Por qué está tan contenta si han matado a alguien? En fin.)
Dos: por la boca muere el pez
En la corta vida de la In-Culta, ha aparecido varias veces la palabra “explicativo”. En cine, me da mucha rabia cuando intentan explicarlo todo con el diálogo. Una película debe ser visual; si no, mejor escuchar una radionovela (*). La materia prima de la literatura, en cambio, son las palabras; pero eso no significa que todo vale. En ‘El misterio de Layton Court’, el detective amateur Roger Sheringham tiene un compinche, alguien que está allí para escuchar cómo se desarrollan sus pesquisas; es decir: alguien cuya presencia es necesaria para que el detective pueda explicarse ante el lector únicamente a través del diálogo. En su introducción al libro, Berkeley apuesta por una ruptura respecto a las normas más dudosas del género y sin embargo cae en la más común y tediosa: crear un personaje para que el protagonista nos pueda hablar. ¿Acaso no sería más lógico o literario que las pistas y deducciones llegaran al lector mediante la labor del escritor y no de un personaje “de azúcar”? Elemental, que diría Holmes.
Esta artimaña podríamos titularla el “principio de Watson”, porque su origen (al menos en el marco de la novela policíaca) se encuentra en el mítico compañero de Holmes. Así que hablando de Watson, quisiera apuntar una idea sobre matemáticas cinematográficas. La serie televisiva ‘House’ resulta sin duda una versión encubierta de Holmes: adicto a una droga (a la vicodina), de carácter irascible, amante de los procesos deductivos y con su propio Watson (Wilson). Hasta aquí, nada que no haya desvelado el Teletodo. Lo curioso del asunto se da en 2009, cuando Guy Ritchie dirige un ‘Sherlock Holmes’ más cercano a House que a Holmes. La cámara se dedica a recorrer los cuerpos de los adversarios mediante unos trucos digitales que emulan los de la serie y las conversaciones entre los dos amigos detectives poseen el mordiente y la informalidad de la relación entre los dos doctores televisivos. En definitiva: se trata de la curiosa adaptación de un clásico y un ejemplo perfecto de cómo los iconos de la cultura popular van mutando con el tiempo. Holmes+TV=House y House+Cine=El Holmes de Ritchie. Lógicamente, que diría Cruyff.
Creo firmemente en la novela policíaca. Sobre todo, porque creo en el género, pues a menudo bajo sus postulados y fórmulas populistas hay mucha miga. Detrás de los misterios de Agatha Christie, por ejemplo, se esconden los ecos de la convulsa historia de la Europa de la primera mitad del siglo XX. Detrás de las novelas de Simenon, un fuerte contenido moral; igual que en la oscura serie en torno al detective Charlie Parker firmada por John Connolly. Eso sí, siempre existirá la trampa y puede que en algunas novelas policíacas, 1+1 no sumen 2.
(*) O bien, ver un ejercicio extremo en torno a la palabra y el cine como ‘Branca de neve’, de João César Monteiro, una adaptación de ‘Blancanieves’ de Robert Walser en la que los intérpretes recitan el texto sobre una pantalla en negro. Sé que suena a aburrimiento (lo mismo pensó la acomodadora de la sala donde la vi, sola, cuando me vino a preguntar: “¿realmente te ha gustado esto?”), pero es una obra bellísima sobre el cine y la literatura y una auténtica experiencia sensorial (lo sé, la expresión es odiosa). Volveré a ‘Branca de neve’ en el capítulo “Por qué el cine se debe ver en el cine”.
Bueno, oye, yo era muy fan del Sherlock de Miyazaki y de los libros de los Cinco y los Hollister y de Puck, que también resolvían misterios. Y por si os sentís mal, puede que a mi sí que me pareciera un aburrimiento "Branca de neve"... pero igual le digo a Ari a ver si la vemos y lo corroboramos.
como siempre me pasa cuando leo artículos de V., me replanteo mis gustos y costumbres. Igual que me pasó con el fútbol, ahora me pasa con este género que nunca he valorado mucho (tampoco menospreciado).
ResponderEliminarTotalmente de acuerdo con lo respectivo a la sr. Fletcher! :)
Siempre me he preguntado lo mismo de J. Fletcher... la mujer es gafe y el pueblo da miedo. No me pregunteis porqué, peor soy super fan de Se ha escrito un crimen y veo las reposiciones una y otra vez. Si alguien me hace una camiseta de la Fletcher me la compro!
ResponderEliminarNomés una petita recomenació, la serie Sherlock de la BBC, metodes deductius tot i tenir ordinadors i sms, un watson que ha tornat d'afganistan... Grande!
ResponderEliminarA ver, dos de mis grandes referentes pre-teen (la sra. Fletcher y Sherlock Holmes - ahora decimos lo del "Sherlock" o la "Heidi" de Miyazaki, pero en aquel momento no teníamos ni idea de quien era ése señor!) en un mismo texto, estoy muy a favor! Muy divertido, me he reído mucho con lo de la sra. Fletcher psychokiller y me han entrado muuuchas ganas de leer el libro de Berkeley, sí. Tal vez la in-culta hará en algún momento "La novela policíaca 2" y hablará del GRAN Henning Mankell??? Esperaremos ansiosos!
ResponderEliminarComo entusiasta del género negro (aunque en su cara más hardboiled), me ha encantado el artículo.
ResponderEliminar¡Felicidades!
David Lynch copió lo de la tarta de cerezas de Twin Peaks de la señora Fletcher, y es verdad que siempre mosquea que este tan alegre cuando le toca resolver un crimen. Y cierto, House es el moderno Sherlock Holmes de las articulaciones, los errores cardio-vasculares, las arterías obstruidas y todo lo demás, aunque sufre más que Holmes cuando se le acababa su dosis de cocaína... él tenía el violín para amansarse, House, si no recuerdo mal, toca la guitarra y tiene un gusto más bien AOR.
ResponderEliminarJacques Feelies