Una sección de Eva
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Me encantaba viajar en coche con él. Me acostumbró mal desde que me regalara un fin de semana en Donosti por mi cumpleaños. El primero de tantos, a Donosti y a otros lugares. Me venía a buscar a mi antigua calle, hacíamos hueco en el maletero. Traía los cds preparados porque, para él, los detalles eran importantes. Es posible que en aquel primer viaje al norte descubriéramos que a los dos nos gustaba Duncan Dhu. Es posible que ya nos hubiéramos dado cuenta del montón de cosas que nos gustaban a los dos.
En aquel viaje el viento soplaba fuerte en la playa donde entrenaban los pequeños jugadores de la Real; soplaba fuerte en lo alto del monte Igeldo en el que las atracciones permanecían varadas como ballenas demasiado cerca de la costa. Tiempo después fuimos a otra costa mucho más vulgar sólo para ver a unos granadinos que estaban a punto de ser estrellas. Teníamos a Noni tan cerca que daba hasta cosa. Luego haríamos tantos, demasiados, kilómetros para ir a aquel festival que él aún visita, pero donde yo apenas lo pasé nunca bien.
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A veces alquilaba un coche, el más veloz, para la ocasión. Yo juro que intentaba mantenerme despierta. Abría los ojos como un conejillo en la carretera ante los faros de un vehículo, pero era incapaz de no dormir, daba igual la distancia. En aquel larguísimo viaje aprovechaba mis sueños para acelerar hasta 180, 200 por hora, hasta que despertaba en la oscuridad de la meseta y le decía “¿no vas muy rápido?”. Y puede que llevara puesto, bajito, un disco de Pulp, uno de nuestros favoritos siempre.
Debo reconocer que estábamos un poco pirados, nos faltaba tiempo para encontrar un festival perdido en la península para planear el viaje. Debo reconocer que lo echo de menos, aún cuando el viaje fuera un suplicio y el resultado, extraño, como aquel agosto en que fuimos de Almería a un pueblo perdido en la sierra de Granada por la carretera de la playa, parando cada 5 minutos, horas y horas para llegar a aquel hueco en lo alto de aquella montaña. Y el frío que hacía, y el miedo que pasamos en cada curva pero lo fans que éramos de los Mutantes.
Uno de mis viajes favoritos de todos los tiempos es cuando fuimos a Granada por primera vez. Desayunábamos mirando al Sacromonte, tuvimos el mejor sexo, hicimos centenares de fotos, encaré vestida con tu sudadera el viento de Lanjarón que congelaba nuestros enormes bocadillos de jamón. Entre los últimos que hicimos está la vuelta de Badajoz, cuando quisimos parar en la ciudad en Fernando Alfaro pero no lo hicimos porque era fea y no encontramos ni un solo lugar donde aparcar; acabamos en un pueblito en fiestas donde vimos bailes regionales.
Tenía una paciencia infinita. Le gustaba conducir, decías. Nos empeñamos en ver un molino, así que yo me fijaba en todas las señales de la llamada “Ruta del Quijote”. Encontramos uno, aún guardo la polaroid, yo llevaba camiseta azul y él, verde.
Doy gracias por todos los viajes en su coche, en los coches alquilados; por los cds para la ocasión, los bombones, los vinos, los ramos de flores que acompañaban nuestros viajes, por los calcetines que siempre escogía bien.
Los largos viajes en coche pueden ser odiosos, pero a veces son una delicia. Sólo hay que saber disfrutar del trayecto y dejarse conducir.
Ahí es nada. Enchufad el mp3 al coche y bajad las ventanillas y cantad a grito pelado toda la playlist.
De pequeñita para mi era un suplicio los viajes en coche, porque era montarme y vomitar :P
ResponderEliminarCon el tiempo mi estomago dejo de quejarse tanto y empecé a disfrutar de los viajes. Cuando vas conduciendo te concentras en la tarea y el tiempo se pasa volando (adoro conducir), pero cuando vas de copiloto te toca pasar el tiempo de otra forma y me gustaba soñar despierta e imaginar el tipo de gente que vivía en las casas sobre las colinas que se veían a lo lejos, o en que clase de seres vivía en ese bosque tan frondoso... ahhh... la carretera :)
Me encantan los viajes largos. Y me ha encantado este post :)
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